Los donantes son un bien escaso, y los pacientes hematológicos lo saben bien. Tanto en enfermedades más agresivas (cánceres como la leucemia y otras enfermedades que requieren un trasplante de médula) o en otros más crónicos (hemofilias, malformaciones de la hemoglobina, como la anemia falciforme) dependen del suministro de compuestos biológicos. Además, el proceso es peligroso (el trasplante de médula tiene tasas de mortalidad de más del 20%) y engorroso (las transfusiones pueden producir reacciones, aparte de que implica una continua visita al hospital). Por eso en el congreso de la Sociedad Americana de Hematología (ASH) que se celebra en Orlando las alternativas a estas prácticas han tenido una mención especial.
Representa bien este nuevo abordaje la sesión exclusiva para prensa sobre anemia falciforme que empezó el segundo día del congreso, al que EL PAÍS ha acudido invitado por Janssen. Esta enfermedad se debe a una mutación en la hemoglobina, que la inutiliza como transportador de oxígeno. Además de la falta de alimento a las células, esto produce que los glóbulos rojos se depositen en las arterias y formen placas que dificultan la circulación y pueden producir ictus y otros accidentes cardiovasculares. No es muy frecuente (se calcula en más de 100.000 casos al año en el mundo), pero las personas que la sufren acaban recibiendo un trasplante de médula para que integren los genes correctos de la hemoglobina. Pero esta intervención es necesaria, y, a la vez, tiene importantes efectos adversos.
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